El Hombre Lagarto
Recuerdos de París
A la memoria de J.D.M.
Dejad que os hable de la angustia y la pérdida de Dios, de la vida y la falta de sentimientos, de la muerte y el sinsentido de vivirla.
Dejad que os susurre al oído las pesadillas con las que compartir esas noches de frío invierno, esas cálidas noches de tormenta de verano, esas ventosas noches de caduco otoño, esas apacibles noches de olorosa primavera.
Dejad que os despierte de ese sueño misterioso que tantas y tantas veces se repite.
Dejad que os rescate de esa carabela que navega a la deriva, por esas las agitadas aguas de la existencia.
Dejad que comparta con todos vosotros los efímeros momentos de enfrentamiento con vuestro propio “yo”, aún no delimitado.
Dejad que fotografíe todas y cada una de aquellas situaciones en las que os sentís realmente vivos aunque sea solamente por un instante perdido, de una vida ajena, oculta por la mascarada de un carnaval omnipresente, pleno de disfraces y fuegos de artificio, lleno de contrastes y carente de grises, perteneciente a un sistema de zonas ya obsoleto y olvidado por ese su pretendido único creador. Esa celebración rebosante de esa vitalidad que otorga la confianza en las propias posibilidades y en el propio futuro. Si es que de verdad es ese futuro lo verdaderamente importante, como nos han enseñado desde bien pequeños, desde nuestra más tierna infancia, desde esas las interminables horas de escuela. Si es de verdad el futuro, aquello que nos espera con los brazos abiertos, para llenarnos de gozo y hacernos olvidar todos los angustiosos segundos que transcurrieron de esa nuestra vida no vivida, de esa nuestra vida no disfrutada, de esa nuestra vida tan anhelada.
Dejad que os hable de la angustia y la pérdida de Dios, de la vida y la falta de sentimientos, de la muerte y el sinsentido de vivirla.
¡Esperádme! ¡Esperádme!, Corred cuanto queráis pero esperádme.
No os olvidéis. No os durmáis. No soñéis.
Recuperad los momentos intersticiales de vuestros cumpleaños. Disfrutad de los instantes decisivos de vuestras despedidas. Rememorad todos y cada uno de vuestros centenarios, lustros o decenios. Eso es lo de menos, ¡qué más da!, Eso no importa, no trasciende.
Dejad que os hable de la angustia y la pérdida de Dios, de la vida y la falta de sentimientos, de la muerte y de ese el sentido de vivirla.
No os preocupéis, no desesperéis porque allí afuera en el perímetro nos encontraremos y pasaremos juntos el resto de la eternidad. Inmaculados. Errando, errando en la noche sin esperanza.