Un Escupitajo de Puta
El Mayo del 68
Recuerdo con cierta nostalgia y amargura las ya olvidadas tardes del amor y las flores de aquel famoso Mayo del 68 que nunca conocí.
Recuerdo los alegres colores de la libertad, los ritmos hipnóticos de la costa oeste, los permitidos ácidos de la percepción. El olor a incienso quemado, las margaritas en el pelo, el arco iris en el cielo, las largas noches sin final. Los mítines prohibidos de la resistencia, los retratos de jóvenes líderes de movimientos subversivos, los pechos desnudos de la virginidad. El aroma del cambio no establecido, el idilio con las pesadillas del anochecer, las manifestaciones en las universidades, los motines por las conquistas del creer. Los cuerpos desnudos en las comunas, el amor libre en las esquinas, la vida alegre de los cortesanos, la tan anhelada promiscuidad intelectual. La repulsa a los poderes “fúckticos”, el arder de banderas militaristas, las duchas diarias con las mangueras a presión. Los colocones de poemas censurados, los bailes en la playa a la luz de la luna, las promesas de un mañana mejor…
Hoy, treinta años después, lo único que nos queda de aquellos momentos de gloria pasados es un puñado de viejas fotos. Un selecto puñado de maravillosas e irrepetibles instantáneas tomadas por los grandes mitos del ayer. Esas imágenes que conforman nuestra deteriorada memoria colectiva. Aquellas que constituyen nuestro más preciado cuaderno de recuerdos. Estas, las de la tantas veces ensalzada y al mismo tiempo criticada “vieja” Mágnum y sus hijos perdidos.
Hoy, ya no nos acordamos de aquellos románticos sentimientos que tanto perseguíamos: el de la búsqueda de nuestros límites, el del nacimiento a una nueva vida prohibida, el del descubrimiento de nuestra propia identidad.
Los jóvenes guerrilleros que promulgaban los excesos, esos que hacían autostop en la carretera de la felicidad, aquellos que vivían y defendían por encima de todas las cosas el aquí y el ahora, se han convertido en los portavoces de opresivos partidos de gobiernos obsoletos, en los venerados y enriquecidos sacerdotes de la oscura secta de las sábanas blancas, en los abogados de las causas ganadas, en los hipócritas y bien alimentados embajadores de la paz, en los nauseabundos jueces del bien y del mal…..
¿Qué nos ha pasado?
¿En qué nos hemos equivocado?
Treinta años después, formamos parte del gran ejercito de los números sin rostro y los uniformes color gris. Nos hemos convertido en los defensores a ultranza de la pasividad intelectual, en los mercenarios de guerras perdidas, en los lacayos de la comodidad, en los súbditos de reyes destronados, en los esclavos de la modernidad……..
¿Por qué ya no miramos nuestras viejas fotos?
Queridos hermanos, todavía tenemos una última oportunidad. Probablemente la única que nos debe quedar y a la que nos debemos fuertemente aferrar.
Debemos luchar contra todos los elementos que nos agreden, contra todos los fantasmas que nos dan miedo, contra los dragones de la inseguridad.
Debemos matar todo aquello que nos oprime, todo aquello que nos obliga, todo aquello que nos coarta. Matar a los santos y a las imágenes que veneramos. Matar a nuestro padre bien amado. Matar, matar, matar.
Quemar las antiguas sagradas escrituras, los frágiles y polvorientos códices milenarios, las almas perdidas en su deambular.
Arrasar con todo aquello que nos divierte, con todo aquello que nos seduce, con todo aquello que nos ahoga, porque como decía mi gran amigo el poeta “la ceguera solo se cura con un escupitajo de puta”.