21 Gramos
Recuerdos de una Pelota en una Escuela Africana
Expedición Humanitaria OASIS Togo-Benin 2008
“He oído el contar de muchos años y muchos años tendrían que atestiguar un cambio. La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo”
Recuerdos. Momentos pasados, vividos, bien vividos. Aprovechados. Más recuerdos…
Y ahora, largas horas de solitario avión de regreso a un incierto hogar al otro lado del mundo. Pegado a la mesilla minúscula de un asiento azul y gris que me estrangula y en el fondo apasiona. Fasten Seat Belt While Seated. Life Vest Under Your Seat. Hora tras hora con la vista absorta en la pantalla del maldito ordenador que tanto ayuda y acompaña, y la ardua tarea de intentar contar una aventura ya mil veces relatada.
Así es la vida. Dura, turbadora, simple, jodida y apasionante. Es una puta mierda pero hay que saber -y disfrutar- estar vivo y no tenerla miedo. Igual que nuestra querida África. El África que duele, que padece, que te hace pensar en la suerte que tienes por tu billete de ida y vuelta. El África que huele, raspa al tragar y sucumbe a nuestro olvido. El de los mutilados. El de regimientos de huérfanos por la enfermedad. El de los niños lisiados que arrastran sus miserias por el polvoriento suelo en nuestra querida y tantas veces visitada Misión Católica de Don Orione. El de las filas de ciegos y más ciegos en cualquiera de las improvisadas consultas de nombres difíciles de pronunciar e imposibles de olvidar: Borgou, Lotougou, Ghando, Mandurí, Korbongou, Nadjoundi o Kondjouare…
Recuerdos. Siguen acudiendo los recuerdos. Radiografías de lo absurdo. Fotografías del pánico, del caos, del horror. Ojos ausentes que se aparecen en sueños. Manos deformes que anhelan caricias. Labios partidos en busca de su beso robado. Miradas perdidas por la oncocercosis, le ceguera de los ríos. Más y más ciegos.
Y así día tras día. Paciente tras paciente. Año tras año. Ya cumplimos dos quinquenios de expediciones ininterrumpidas a esta deprimida zona del Golfo de Guinea. A Togo, Benin y Ghana. Tres extraños nombres que difícilmente ubicábamos como nación y en los que este grupo de facultativos ya ha realizado más de 14000 consultas oftalmológicas, 1300 traumatológicas, 1530 cirugías de cataratas, 162 de trauma (114 en menores de 14 años), 2300 tratamientos directos contra el tracoma -considerada por la Organización Mundial de Salud (OMS) una de las principales causas de ceguera “evitable” en el mundo, con 600 millones de personas viviendo en zonas en donde el tracoma es endémico, con más de 150 millones de ellas afectadas (en su mayoría niños) y con 6 millones de ciegos a consecuencia de dicha patología- y más de 2000 gafas entregadas a esas gentes que se encuentran en el más absoluto de los olvidos. Eso ya es mucha dedicación, mucha pasión, mucho amor y por supuesto mucho curro.
21 Gramos
21 gramos es el peso exacto que perdemos en el momento mismo de morir. Eso he leído. No se si será cierto -aunque debería- y alguien se ha molestado en medirlo, pero la verdad es que suena bien.
Aparentemente esos míseros 21 gramos son la frontera que nos separa de estar vivos o criando malvas. El alma dirían los más creyentes. Puede ser, aunque no creo que todo ronde la misma cifra. Sería mucha casualidad. Y en esas ya no creo demasiado.
¿O es que los dos ojos opacos y ciegos de Tandjoare (de siete años y veinte kilos de peso, ya que parece que en esta era toca acotar bien las medidas) perdidos por el endémico y omnipresente tracoma o la pierna de Tami Magnime (de escasos seis años) con la tibia rota saliendo purulenta desde hace más de un mes cuando se cayo de un árbol y que amputamos a la altura de la rodilla para salvarle la vida. El pedazo de comisura que le faltaba a Kora Nassiraton (de dos años y siete kilos) en su desestructurado labio leporino. El segmento de cráneo ausente -osteomielitis frontoparietal es su acepción médica exacta. Con ese pedazo nombre seguro no puede ser nada bueno- en Kamlanfei Mideline (de dos años y seis kilos) y que dejaba a la suerte de los elementos (y les aseguro que esos elementos allá, en la sabana, son muy cabrones) sus pequeñas meninges y que este año estaba perfectamente (no se puede imaginar la fortuna que tuvo) tras la operación que le realizaron los “traumas”, a suerte o a muerte, el año pasado. Las sobrecogedoras cataratas congénitas de Sambiani Kombate (de cuatro años y doce kilos) que le habían privado del sentido de la vista desde que nació. El hueco dejado por el ojo eviscerado (extraído, sacado, vaciado por el equipo de doctores como única solución para evitar el dolor horrible e insoportable, gracias a una “Ptisis Bulbi” por la dichosa oncocercosis) en Nakovan Po (de cinco años y trece kilos) tienen apenas el peso, riguroso eso sí, de 21 gramos?
O mirando al otro lado del prisma. Siempre hay dos, no lo olviden. ¿Veintiuno es el algoritmo que mejor representa los más de mil kilómetros recorridos (ya ni me acuerdo de los totales en estos años) por el equipo B para tratar a los pacientes de las aldeas más distantes. Las doce horas diarias de trabajo a destajo de los oftalmólogos, anestesistas, optometristas y cooperantes en nuestro querido Hospital “Nuestra Señora de la Bien Aparecida” de Dapaong (Togo) y de los “traumas” en el de “San Juan de Dios” en Tanguieta (Benin). La convivencia con el dolor, el sufrimiento y los pinchazos fortuitos. El trabajo de todo un año en busca de financiación, tocando puertas, mostrando los increíbles resultados obtenidos en todo este tiempo, dando la “chapa”. Los esfuerzos, la “guita” y la confianza depositada en el proyecto de los antes patrocinadores y ahora amigos. Los miles de ciegos que recuperaron disfrutar los colores de la naturaleza por un trabajo bien hecho. Las incomodidades de un viaje matador pleno de mosquitos, polvo y calor. Las animadas conversaciones en armonía durante las preciosas noches estrelladas tras la batalla médica. El aroma de la solidaridad, el compromiso y la amistad…?
Me gusta ese veintiuno. Si tuviera pasta -por desgracia no crece en los árboles!- y me gustara jugar a la ruleta en el casino, siempre apostaría por él. A partir de ahora será mi número favorito.
(…)
Esta abatida región de África a la que cada año, sin interrupción, vuelve este grupo de médicos “locos” para ayudar a la gente pobre que tanto padece, es así. Allá no afecta la crisis inmobiliaria, la caída de la bolsa, los divorcios de los famosos de Hollywood o las medallas a los muertos de Irak. No saben que es la Play Station, el Ipod, el Facebook, la Webcam o el Dow Jones, ni puñetera falta que les hace. Allí lo único realmente importante, es un maquiavélico número de dos cifras con todo lo que conlleva.
21 gramos.
El suelo de la escuela
El mundo no desaparece cuando cierras los ojos. ¿O será justamente lo contrario? La infravalorada imaginación es útil y necesaria a partir de cierta hora del día, o mejor dicho de la noche, en algunas latitudes. En la nuestra, por ejemplo. Y eso si se usa para visualizar, como alguien una vez me dijo, un mundo sin enfermedad y sufrimiento. Una tierra en paz.
Para el resto, para los condenados a la noche perpetua de las sombras, es una gran putada. Y para colmo, evitable.
Hoy tomo prestada una sabia y linda frase para regalarles (regalarle): Si abrieras realmente los ojos, y vieras, verías tu imagen en todas las imágenes. Y si abrieras tus oídos para oír, oirías tu propia voz en todas las voces. Las palabras por sí mismas no significan nada. Aunque bien juntadas encierran conocimiento verdadero.
Así que espero que esa pelota que algunos arrojaron mientras jugaban en el parque de la escuela nunca toque el suelo. Ese árido suelo que nos sedujo de nuestra amada, soñada y tantas noches recordada África a la que por supuesto -anhelo nos ayuden a conseguirlo-, seguiremos regresando.
Recordar es bonito y en cierta manera obligado. Vivir, un regalo de los dioses. Soñar un ejercicio apasionante. Hacer esos sueños realidad –la riqueza que uno posee está en lo que da a los otros– (seguid así mis queridos amigos) es muchísimo más, que ni se puede, ni me apetece explicar.