Tammatilengue Palou
Reflejo en el Retrovisor (con T mayúscula)
Expedición Humanitaria OASIS Togo-Ghana 2009
“La luz irrumpe donde ningún sol brilla, donde no se alza mar alguno, las aguas del corazón impulsan sus mareas. Allí donde crece el mal, crece también lo que nos salva”
Hoy en la mañana, levanté mi maltrecho (y descansado después del viaje) culo rosado de la cama con un pensamiento atormentando mi cabeza en busca de una buena definición que a él se ajustase. Hay veces, en las que uno se da cuenta que sabe (ha visto mejor dicho) más cosas de las que le gustaría en esta puta vida.
Y ahí estaba. Página tropecientos de un diccionario cualquiera. En la T de todo, de tonto, de todavía. Con T mayúscula y negrita, o negrota, eso sí.
Trauma. Del griego herida. Lesión duradera producida por un agente mecánico, generalmente externo. Choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente. Emoción o impresión negativa, fuerte y duradera.
Trauma. Ahora tengo un sinónimo nuevo, otro más que sumar al cuaderno de bitácora de la Nikon, para la recurrente acepción sensitiva. Tammatilengue se llamaba la criaturita, también con T de estepa africana, como no podía ser menos. De precioso rostro, facciones perfectas y enfermedad galopante y terminal.
Amaneció por el atestado (de pacientes, hambre y enfermedad) Nadjundie de la Hermana Pilar una tarde cualquiera. Su madre, muerta por una de tantas enfermedades. Su padre, el encargado de abandonarla (imagino que debe ser cansado además de aburrido cargar por la sabana con un alma enferma de verdad) en la puerta de la casa de la monja que nunca dice no. Nadjundie, otro territorio comanche del que hablaba Reverte, frontera última (y en este caso sí que se puede definir como tal) y antesala de la muerte para muchos que buscan una mano amiga, una sonrisa a cualquier hora del día y de la noche y un lugar apacible donde dejar esta vida de sufrimiento.
Volviendo a la T. De Tiempo, Tumor y Todopoderoso. Y volviendo a las definiciones, libres eso sí. Todopoderosa: Persona que todo lo puede, aun estando limitadísima de recursos que no llegan de occidente y que le hacen perder mil valiosas horas (en África, para los mortales, lo que sobran son minutos) con absurda burocracia que alimente a los intermediarios. Que hace milagros y cura con agua helada (para la bendita no hay demasiado tiempo por estos lados) enfermedades que te cagas y ha inventado la bicicleta más veces de las que recuerda. Y si lo buscas en un diccionario de niño pijo, de esos caros que vienen con foto, ahí estaría el careto de Pilar.
Oasis. Sin T. Bendita locura.
Fotografías
Cada día que pasa, cada año que volvemos a África, constato con mayor exactitud que todas las fotografías que aparecen en la pantalla son siempre la misma. Sólo cambia el nombre del retratado y el fondo -a veces ni eso- en el que deambula. La muerte aparece a cada rato, en cada esquina de la jornada. Los casos clínicos, los pacientes y la degradación máxima por la enfermedad acuden puntuales a su cita con los médicos de Oasis, una tras otra, sin cesar.
Esta vez, las instantáneas de Tammatilengue ganaron el Pulitzer del 2009 para las absortas retinas del equipo médico. Ese día todo cambió. Nadie hablaba de las operaciones exitosas realizadas, ni de los casos satisfactoriamente tratados, ni de las maratonianas jornadas de triunfo en cirugía. Esa mañana sólo se hablaba (sin palabras que consiguieran salir de la garganta) de Tammatilengue Palou y su panzita a punto de explotar consecuencia del hambre brutal y del cóctel habitual de enfermedades africanas aún por diagnosticar. Todo se paralizó en el quirófano de campaña aquella mañana. El equipo médico en su totalidad dejó sus quehaceres hospitalarios para dedicarse en exclusividad a Tamma e intentar aportar en su urgencia vital. Unos acariciando e intentando tranquilizarla ante la invasión de los médicos de urgencia “blancos”, otros buscando una vía en su famélico bracito para administrarle medicación que obrara el milagro, la mayoría observando incrédulos el dantesco cuadro preguntándose el por qué, e intentando no extrapolar sus sentimientos y frustración (el primer rostro que acude a morir a tus brazos nunca se olvida) hacia la imagen de alguno de sus propios hijos guardada en sus carteras…
Tamma. Un número más dentro de las frías estadísticas que tanto gustan a las Naciones Unidas, UNICEF y demás pamplinas similares. Otra muerte anónima que pulula por la sabana y es enterrada en un agujero olvidado de un poblado olvidado una noche olvidada. Un precioso rostro muerto en vida y vivo (espero que algo de eso exista porque si no sería una gran putada además de un engaño demasiado gratuito e injusto…), muy vivo, en su lecho de muerte…
Nunca olvidaré su pequeña silueta dibujada en el espejo retrovisor del todoterreno mientras la conducíamos a enterrar a un poblado cercano aquella noche…
La muerte. Ese último amigo (“…my only friend, the end” del inolvidable Morrison) al que nos pasamos la vida intentando esquivar y del que nadie habla por miedo a darle pistas de su ubicación y estado de ánimo. Esta vez nos tocó a nosotros. En vivo y en directo. A todo color. Ese día, Tammatilengue amaneció ante nuestras retinas, vino morir en nuestros brazos, quedándose para siempre en los corazones de éste Oasis africano que con tanto esfuerzo e ilusión montamos, y nos ayudan a montar, cada año. Esa criaturita, enferma final, nos vino a mirar directamente a los ojos para recordarnos, a cada uno de los integrantes de la expedición, el porqué de nuestra estadía anual en el África olvidado y enfermo, el porqué merece la pena partirse el lomo en la consulta pasando miserias en éste apasionante viaje a los confines de la lógica, y el porqué regresamos y pasamos todo el año recogiendo pasta y material médico con el único pensamiento de volver…
On the road
Y así seguiremos (si nos siguen ayudando a seguir), recorriendo las intersecciones de la carretera del absurdo. Parando en cada cruce del escabroso camino, disfrutando de la vista en cada mirador humano de ése África, que una vez nos sedujo y del que ya no podemos renegar. Y ahí volveremos, donde las calles tampoco tienen nombre y la muerte aparece cada día de alguna de las formas más insospechadas y brutales. Y para la próxima, seguiremos estando preparados. Con el arsenal de medicación, material quirúrgico y ganas de currar, para intentar llegar antes y que nuestra próxima Tammatilengue (que les puedo asegurar que llegará y llegará sin cesar) tenga al menos una oportunidad.
Y seguiremos montando (si nos dejan y ayudan) el oasis en medio de la nada. Y sonriendo. Y creyendo que no todo está perdido aunque sigamos pensando que no hay derecho. Que el mundo ha perdido la razón o se ha ido (el mundo o la razón… elijan ustedes mismos) de vacaciones.
Y seguiremos hablando de la vida y mucho más de la muerte. De esa muerte sigilosa y callada ante la que sucumben, día tras día, nuestros semejantes más desfavorecidos y olvidados.
Y seguiremos en la carretera. En la africana. Con la mochila llena de artilugios para intentar obrar el milagro, ganas para acudir al llamado, moral para que el cuerpo aguante y optimismo con el que transmitirles nuestros logros y vivencias… incluso los “residuos sanitarios no especificados”, hay que joderse.
Si deambulas por éste África de oasis perdidos esperando que todo tenga sentido y se alivien tus temores, donde la batalla entre el bien y el mal no sea ganada siempre por el más cabrón. Donde la luz irrumpa donde ningún sol brille, donde no se alce mar alguno y las aguas del corazón impulsen sus mareas… mejor puedes quedarte en tu puta casa… Allí donde crece el mal, crece también lo que nos salva…
Aunque siempre habrá un rostro, allá a lo lejos, donde termina la multitud que nos seguirá dando valor para hacer las preguntas correctas.
El rostro inmaculado y perfecto de nuestra querida Tammatilengue Palou.