Locos
Quién Dijo Miedo!
…Sueña el rey que es rey, el pobre…
sueña el rico con sus riquezas
sueña el pobre en su miseria,
sueñe cada loco con lo que pueda y quiera
porque, al fin y al cabo, la vida es sueño y los sueños, sueños son.
(…)
Alguien, un día de otoño en ya no recuerdo qué lugar, intentó explicarme lo que significaba ser –o estar, es lo mismo, ¿no?- loco. Menuda pérdida de tiempo –a parte de gilipollez-. El pobre ingenuo, me diseccionaba –no sin gran esfuerzo intelectual por su parte- e intentaba argumentarme, todos los casos conocidos de demencia o alteraciones de la psique. Una, y otra, y otra, y otra más. Parecía como que no se cansara de enumerarme todos los trastornos de la mente habidos y por haber. Todos explicados –y demostrados, por supuesto- en grandes libros y rebatidos por sesudos personajes de la historia del conocimiento. ¡Joder, con el fulano! ¡Que pena de ántrax!
Llegó un momento en la conversación, en el que mi mente -sí, esa de la que tanto hablaba el pobre pardillo- comenzó uno de esos viajes en los que uno sabe en dónde y cuándo comienza, pero que no tiene ni la más repajolera idea de en qué lugar –y mucho menos con qué ánimo- concluirá. Eso me gusta. Apasiona, diría yo.
Viaje astral. Desdoblamiento entre cuerpo y alma. Cuelgue natural… Elijan ustedes mismos. A mí lo del cuelgue siempre me ha gustado. No me parece mal. En el fondo es lo que es. Por qué cambiarlo de nombre o intentarlo enmascarar o edulcorar. Eso ya lo hacemos demasiado en nuestra vida cotidiana, en el mundo real. Así que para el plano mental nos podemos permitir ciertas licencias. Sabrosas licencias que nos liberan.
Volviendo a la historia que nos ocupaba -porque luego empiezo a mezclar las churras con las merinas y al final no sabemos si parió la burra o parió la abuela-. Me recordé de uno de mis paseos por un manicomio, o psiquiátrico, o loquero –llámenlo como quieran, para mí es lo mismo- de un perdido país de vete a saber dónde. Bonita e interesante excursión.
Todos mezclados. Las patologías, los hombres, las mujeres, los sueños… las pesadillas. Menudo popurrí.
Allí, a lo tonto a lo tonto, conocí a jesucristo. Sí, como lo oyen. En una mañana que parecía que iba a ser una de tantas. Lo bueno de estos lugares es que te puedes encontrar de todo sin mover tu culo de un mismo lugar. Todo por el mismo precio.
La verdad es que no se parecía demasiado a las fotos que de él había visto en los catecismos y las estampitas de los años de escuela. Pero bueno, quién se parece a las fotos de cuando era joven. Que si más arrugas, que si las patillas más largas, que si estaba más gordito… Además en aquella época no había fotos, por lo tanto…
Yo como buen pragmático inglés que gusta de demostraciones –por lo menos de boquilla- le pedí que me certificara su celestial procedencia. Dicho y echo. Comenzó a relatarme una fábula que me era conocida. Cada capítulo. Cada versículo. Cada evangelio. Hasta la más mínima coma. Eso era fácil para él, pensé. Es su novela, si no se acuerda él mismo de la historia que mandó escribir –porque en el fondo fue más listo de lo que parecía y la mandó escribir, el muy cabrón-, quien lo iba a hacer. Divagaba sobre el origen del bien y el mal –algo que me apasiona, aunque eso ya lo sabría, claro-, sobre el cielo y el infierno –recordando al poeta-, sobre la vida y la muerte –como buen romántico-… la verdad es que tenía una conversación bien amena. Casi divertida. Me gustaba verle dar alaridos e intentar convertir al resto de pobres pecadores con los que convivía. Le ayudaban en la dura tarea de redimir de sus pecados al gran ejército de echados a perder, un variopinto grupo de colaboradores. Los apóstoles, imagino. Aunque la verdad es que no vi si eran doce como en el cuento o alguno más. Eso sí, cada cual más colgado y más escandaloso que el anterior. De sus nombres ni me acuerdo –imagino que muchos de ustedes se los sabrán mejor que yo-, hora sí, de sus rostros es difícil escapar. La mala vida dicen pasa factura. Eso es seguro en este caso. Parecían más una banda de rock duro después del concierto lleno de excesos, que el gran ejercito de la salvación eterna. Eso está bien. Es bueno saber que aquellos que te deben reconducir al buen camino están más perdidos y se han ido más de fiesta que tu. Eso tampoco se descubre todos los días. Yo me imaginaba que ese paraíso del que tanto hablan las Sagradas Escrituras era un coñazo lleno de ángeles sin sexo y arpas tocando a cada rato musiquitas celestiales. Mira tú por dónde que al final, después de todo, igual tenemos suerte y la fiesta continúa. A ese cielo sí que me apunto.
El San Pedro de esta película era un crápula del carajo. Había estado coqueteando, como le gustaba decir a él, con todas las drogas habidas y por haber: Coca, speed, anfetas, marihuana… y crack, sobre todo crack. Cada vez que nombraba esa palabra se le ponían unos ojos de golosón que no te imaginas. Se le caía la baba al muy vicioso. Ahora y después de todos los destrozo posibles en su cerebro producidos por las sustancias prohibidas pasaba el rato charlando con Jesucristo y dopándose con todas las pastillas que caían en sus manos. Con las que a él le tocaban bajo prescripción facultativa y con aquellas que conseguía tamalear al resto de pacientes argumentándoles que no les hacía falta. Era un yonkie en toda regla. Y le gustaba. Cada uno debe de disfrutar con aquello que le plazca. Además a Jesús le parecía bien el cuelgue que llevaba, le hacía gracia. A mí también.
San Pablo era un pederasta de buena familia venido a menos. Cuando era joven gustaba de degustar pubis de menos de quince primaveras. Se había tirado durante muchos años a todo aquello que movía. Siempre de una cosecha similar, por supuesto. Gustaba de recordar en alta voz todos los chochitos que se había comido. Ahora era época de escasez. Y ya saben, como bien decía mi abuelo, en tiempo de guerra todo agujero es trinchera. Así que en los siete años que llevaba recluido en el centro había recorrido una y otra vez todas las trincheras del corredor. Por las buenas o por las malas como me comentaba con sonrisa burlona. Joder con el fulano! Y parecía tonto cuando le compramos! Además es entendible, quien tuvo retuvo. Y encima allí no había tele.
Al número tres se le fue la pinza de leer y releer a Nietze, Hume y compañía y de seguir al pié de la letra alguna de sus enseñanzas. Decía que había matado a dios… y vivía y se colocaba cada día con su hijo, que es la misma persona. Vaya contradicción!
San vete a saber qué, robaba bancos y en una de esas se le fue la olla y baleó a tres de sus rehenes. Demencia transitoria argumentó en el juicio.
Y así podría estar toda la tarde enumerando y relatando los pasados –y presentes- de todos y cada uno de los moradores del corredor de las mentes trastornadas. Pero bueno, eso es para otro relato. Volvamos a los peces gordos. Al redentor, por ejemplo. Tenía cara de buen tío. Es lo suyo, no? Una cosa es creer o no creer -mi opinión al respecto me la guardo- y ser partidario o detractor de sus enseñanzas y preceptos y otra muy distinta catalogar a nadie de acertado o erróneo en función de sus ideales. Si son suyos de motu propio y se los cree, por mi perfecto. Yo no soy quién para decir nada y mucho menos para juzgar a nadie.
Allí también pasaba el rato –bueno, algunos de ellos, pasaban más que un rato- otro de esos cálidos personajes que recordaré el resto de mis días. Le llamaban de diversas formas, con muchos nombres. Algunos de ellos me los enumeraron sus compañeros de internado, y otros que yo, pobre mortal, había leído en los libros o escuchado en alguna noche de colocón.
“Soy el anticristo, demonio para los amigos”, me espetó el colega nada más verme y atravesar media galería pegando gritos como un poseso y apartando a puñetazos al resto de moradores del claustro. En pelotas. Qué menos, hacía un calor que hasta para el ángel de las tinieblas era demasiado.
¿”Qué te gustaría de regalo si sólo tuvieras un deseo, una sola oportunidad?” Me aflojó nada más llegar a escasos cinco centímetros de mi rostro.
Joder!, Eso así de repente y sin previo aviso te acojona.
Todo, le dije yo apartándome al resto de mirones –incluyendo al pobrecito redentor que seguía ensimismado en su mitin salvador- que se arremolinaban a mi alrededor.
Allí me quedé conversando con mi nuevo –o no tan nuevo- amigo.
Pero sólo tengo una oportunidad? Le pregunté? Sólo una de entre todas? El problema es que tengo demasiadas dudas y peticiones que hacer. Resumirlas en una es harto complicado y además, no me esperaba encontrar hoy con nadie que me fuera a hacer realidad uno de mis deseos, le dije.
Qué tengo que dar a cambio? Porque imagino que ese deseo –como todo, en la vida y sobre todo en la muerte- tiene un precio, no?
Por ser para vos, en esta mañana que la medicación ha llegado a tiempo y me siento muy relajadito, hoy no hay peaje que pagar.
Y eso de dar mi alma a cambio de los favores prestados y todas esas cosas de las que tanto he oído hablar?
Bueno, si me da un cigarrito y cantamos juntos una cancioncita…
Trato hecho. Aunque no caí en la cuenta que yo no sabía cantar y mucho menos conocía las canciones revolucionarias que a él tanto –¡cómo no!- le gustaban. Lucifer en una de estas repúblicas bananeras tenía que ser partidario de alguna extraña –o no tan extraña- revolución. Y comenzamos a cantar las estrofas de melodías que yo ni siquiera conociera de antemano. Como imbuidos por un extraño embrujo. El del maligno, por supuesto. Y allí nos encontrábamos, como en una película de Buñuel: Un blanquito con cara de susto y dos cámaras colgadas del cuello. Un morenito –porque era bien morenito el jodido- entonando en la más alta voz que podía las estrofas de “la tumba del guerrillero” mientras movía la mano guiando al resto del improvisado coro, y unos cincuenta enfermos mentales –así les llaman los “cuerdos” del lugar- haciendo de orfeón. Lo dicho, de película.
Todos extrañamente relajados dentro de la más absoluta excitación. Y sin dopamina o tranquimazin. Los enfermeros alucinaban. Se retorcían de risa viendo el cuadro.
Así me quedé un buen rato. Sin hacer fotos. Para qué? No todos los días se tiene la oportunidad de cantar y echar un cigarrillo con el diablo, no?