El Príncipe de los Fotógrafos
Sebastião Salgado
Después de haber gastado tropecientos millones en una de esas bodas de los cuentos de hadas. De haber engalanado la ciudad de la eterna Giralda y la Torre del Oro como si festejásemos la llegada de Colón con sus carabelas repletas de oro y piedras preciosas de las indias orientales. De haber pasado las largas horas del Otoño delante de la aburrida pantalla de nuestro televisor observando el grotesco ir y venir de “ilustres” de la aristocracia de este país camino de una despedida de soltero o de soltera en sus despampanantes deportivos color burdeos. De comer con los expertos comentarios de archifamosos personajes que hicieron su aparición estelar en el capítulo ochocientos treinta y seis de un culebrón televisivo. De hacer la digestión con María Teresa Nosequé o con Pitito Nosecuanto o Nosecuento. De tomar el té con las inmaculadas sonrisas de las artistas de la farándula (de eso sí que nos sobra, farándula) con sus flamantes líftines de millón, pagados por un barrigudo banquero cincuentón tataranieto del rey de un país del este de esos que ya no existen o que han cambiado de nombre. De cenar con los novios de las hijas de famosos, de las omnipresentes amigas de los hijos de famosas, del sonriente paquete de las toreras, del presentador capullo del cutre programa de las doce, del simple de turno que saluda con su banderita, de los chillidos de la maruja con estudios que enseña sus enaguas de antes de la guerra, de Barbie Superstar, de la madre que les parió…..
¡Uff! Que sofocón.
Todo absolutamente todo igual que en los actos de coronación del único de nuestros príncipes hasta la fecha. De ese que se vale de pequeños cristalitos de plata para decorar los más bellos rincones de su reino, de nuestro reino. De aquel que reivindica por encima de todas las cosas un acto tan preciado, íntimo y descarnado como es el de ver y mirar al mismo tiempo. Ese que tantas veces ha sido injustamente criticado por sus propios compañeros de profesión y al mismo tiempo ensalzado por el pueblo llano que le aclama y reconoce su arte. Aquel que logra retratar con gran maestría la belleza del sufrimiento en los rostros de las gentes que habitan los países más olvidados de este algunas veces precioso planeta azul llamado tierra.
¡Dios salve al príncipe! ¡Larga vida al rey! A nuestro nuevo rey de la fotografía.