Curas
La Insoportable Levedad del Ser
Estoy olvidando –dejar es otra cosa, eso se hace cuando uno cree que está errado y quiere redimir sus culpas- mis malos hábitos, o buenos según se mire, claro está. Dicen que a la vejez viruela. Debe ser. Porque en estos últimos tiempos en que las canas brotan de una forma descontrolada, me estoy volviendo más crítico si cabe con la vida. Con la mía por supuesto y sobretodo, con la de los demás o con la de aquellos que en algún momento han pululado por alguno de los episodios de mi querido cuaderno de bitácora.
Y hablando de hábitos. Hace años que, digámoslo de una forma educada, dejé de creer en Dios. En Dios y especialmente, en algunos de sus súbditos en esta tierra del desdén y del olvido. Es por eso que los hábitos, los verdaderamente malos según mi humilde parecer, llevan buen rato dando vueltas por esta crítica cabezota plena de aventuras. Llevo demasiado tiempo queriendo contar la historia de alguno de los portadores de “hábitos” con los que he compartido correrías. Espero que no se molesten o me tilden de anarquista ateo practicante. Eso sería para otro relato y estas líneas no dan para mucho. Así que, les haré un resumen de un par de capítulos. Para que se hagan una idea más clara del Dios en el que sí creo.
Esta vez toca hablar de los curas. Palabra, a veces despectiva, para denominar a los salvadores del alma vestidos de negro. Siempre me ha gustado el negro. Más aún que el blanco inmaculado. No perderé el tiempo en escribir su nombre completo, ni su DNI, no soy tan cruel. Cerca de la treintena cuando lo conocí. Aprendiz de sacerdote. Es una forma como otra cualquiera de intentar sobresalir en este planeta empresarial. Unos estudian en la universidad, hacen masters, montan un chiringuito o simplemente se meten en el “apasionante” mundo de la política para trepar y poderse comprar un gran todo-terreno y una casa en la playa. Mi brother se metió a cura. Y claro, en esta época y esta tierra del primer mundo, en la que las iglesias están de capa caída y en la que el eco en su interior es solamente perturbado por el sonido de los flashes de las cámaras de los turistas, pues eso, como que aceptan a cualquiera. Y vaya cualquiera! Por lo menos estos dos a los que “homenajeo” en este escrito.
Lo dicho, R. Cura para ese entonces. Autodestinado -aunque solo un mes al año, para que la mierda comida fuera la justa y los galones obtenidos dieran sus réditos en la madre patria- en un orfanato de un país centroamericano. No le gustaban los niños. Mucho menos aquellos que eran más listos que él, que en cualquier momento podían robarle sus costosas pertenencias –eso de la globalización llega a todas partes- y que andaban todo el día llenos de porquería y los mocos colgando. Tampoco soportaba demasiado bien la dieta diaria de arroz y frijoles, ni los mosquitos a los que intentaba despistar con toneladas de repelente, y creo que un montón de cosas más de aquel precioso enclave. La verdad es que no se muy bien que puta hacía en ese lugar, o si. Con el tiempo todas las cartas lanzadas sobre el mantel se ponen boca arriba. Es lo bueno del poker.
Me hacía mucha gracia, al principio claro está, verlo subido en el púlpito en la misa de los domingos hablando sobre el bien y el mal. Sobre la necesidad de ser bueno y dejar de lado los vicios, los malos hábitos y la idoneidad de volver al redil que nuestro padre todopoderoso había trazado. Vaya cabrón. Con su vehemencia típica, su léxico bien dirigido y estudiado, su carita de angelito bajado de los cielos. Hasta parecía que se lo creía!
De día, el padre R. De noche un vividor venido a menos que necesitaba ponerse hasta el culo de cocaína para salir de fiesta y tirarle los tejos a todo culo rico que estuviera en alguna de las muchas discotecas de nuestro recorrido de cacería diario.
Cocaína. De la blanca, rica y barata. De la que envalentona, seduce y te hace creer el rey del universo. Por eso me imagino que le encantaba, para asemejarse a su jefe y creer que tenía las mismas competencias. Coca, whisky, ron, morenas, más coca. Hasta el amanecer. Así en cada peregrinaje nocturno. Sólo de noche por supuesto, porque de día era el padrecito.
Una noche, una de tantas, tras haber ingerido más alcohol de lo recomendable y haber aspirado toneladas de rico polvo blanco cual “Taurus absorbe partículas” en nuestro antro preferido, nos fuimos en busca de putas. Sí como lo oyen. Otro de sus hábitos. Como ven, el “man” era todo un compendio de buenas virtudes y seguía al pié de la letra las enseñanzas de las sagradas escrituras que tanto promulgaba. Pero putas de las baratas, de las de la calle, de las anónimas, de esas que intentan sobrevivir y alimentar con un puñado de sucios pesos fruto del amor de pago a su maltrecha y jodida familia.
El curilla quería su regalo de navidad –porque era navidad aunque no nevara, bueno caía polvo blanco aunque no creo que fuera lo mismo-, y yo como fiel escudero que era se le di. Dos morenas de escasos 17 años fueron su presente para aquella noche. Sin lazo y sin papel de colores que las envolviera, aunque me imagino que en el estado en el que iba ni cuenta se hubiera dado si le regalo un scalextric. Una de ellas muda para más INRI, para que se llevara su secreto a la tumba. Si hasta en eso tenía suerte!
Aparqué el coche detrás de la Embajada de México, me bajé a fumar un cigarrito, y dejé a los tres tortolitos retozando en el asiento trasero antes que despuntara el alba. Apenas quince minutos más tarde, salió del angosto e incómodo nidito de amor con algunos fluidos menos en su etílico cuerpo. Bueno, sin eso y sin un puñado de dólares que llevaba en el bolsillo de su vaquero y que hábil y discretamente le habían succionado durante el acto de amor. Pero así es la vida. Unas veces se gana y otras, te comen la tostada porque eres lento, estás borracho o por una suma de las dos. Esa noche las chicas, por lo menos tuvieron un final feliz y pudieron soñar con la cara de un presidente de los Estados Unidos.
Otra joyita de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Con cara de no haber roto un plato en su vida y una historia similar a la de R en su mochila. A este sólo le interesaban las tías, bueno y el ron. También utilizaba en sus correrías a la luz de los neones la coartada de ser periodista, ya que presentarte como sacerdote, digamos que no hubiera estado demasiado bien visto. Hasta novia se buscó. No era pendejo. Así tenía una preciosura en nómina y no necesitaba dejarse ver demasiado en las pista de baile. Se aferraba con fuerza a las contorneadas caderas de su chavala y escondido en la penumbra más anónima de la discoteca, daba rienda suelta a sus fantasías y licencia total a sus manos. En España, muchos años de reclusión y encarcelamiento de sentimientos y de golpe y porrazo se veía inmerso en una película en la que todas las protagonistas estaban rebuenas y eran fáciles de adoctrinar. Lo dicho, al que se relaja se lo lleva la corriente. Y M era un nadador de primera categoría. A las Olimpiadas tenía que haber ido el muy araña.
Era un seductor nato. Hasta a las feligresas que iban a confesarse con él durante la misa del fin de semana les hacía ojitos, tocaba el pelo, agarraba la mano o simple y directamente se las llevaba a un anónimo banco cercano para seguir con su dura redención. Lo dicho, todo un profesional.
Pero es entendible. En ciertas latitudes en que las opciones de entretenimiento eran limitadas, por no decir bastante aburridas, salir a pasear con un “padrecito” y llevársele a cenar a un restaurante de lujo para agasajarle con ricas viandas, era un deporte muy bien cotizado. Y estos dos especimenes con alzacuellos se habían hecho todo unos especialistas en el arte de dejarse seducir. De alguna forma había que apartar de la memoria y el estómago la obligada dieta de arroz y frijoles, no?
Imagino que ya estarán cansados de oírme relatar la no existencia de Dios. Aunque eso no es cierto. Una cosa es no querer abrazar una u otra -tienen prácticamente la misma manera de ejercer poder- religión con sus deidades disfrazadas o utilizadas para algún siniestro beneficio, y otra muy distinta creer. Yo sí creo. Más de lo que muchos piensan. Aunque creo en el bien. El mal es otra cosa. Un siniestro invento o artificio.
Creo en la sabia y bella naturaleza y aquello que la creó. Creo en la solidaridad humana, en el amor incondicional al prójimo, en los preciosos atardeceres y en las olas del agitado mar. Creo en la vida, en la luna, el sol y en algunos jodidos “curillas” que un buen día dejaron las comodidades del mundo civilizado y se fueron a meter por decisión personal, en algún agujero olvidado del culo del mundo. En esos sí creo y respeto profundamente. Extraños locos como Enrique, Ramón, Manolo o Pilar. Personas que un buen día agarraron sus escasas pertenencias y se fueron al anónimo y extremo epicentro del África tropical. Treinta años seguidos de calamidades metidas por el pecho sin anestesia ni vaselina. Más de tres décadas de hambre, guerra, enfermedad y sacrificio padecidas. Eso es creer en Dios con letras mayúsculas. A ese credo sí me apunto. Pero claro, esos no salen en la televisión, ni hacen fastuosos viajes –con costo sacan su maltrecho culo del continente olvidado para recuperarse de una malaria de caballo- para saludar a sus feligreses, ni se meten en macroeconomía política vaticana. Bastante tienen con intentar sobrevivir en medio de la desgracia ajena y el calor extremo. Y sin evangelio. Bueno una vez vi el buen uso de una Biblia para quitarle la cojera a una desvencijada cama.
Manolo, un simple ejemplo que imagino no sirve como ejemplo, válgame la redundancia. Al llegar a un recóndito poblado de Ghana hace más de treinta largos años, colgó sus hábitos y uso las páginas de su Biblia para hacer hogueras en las que quemar a los muertos por alguna de las muchas epidemias acontecidas. Al llegar presto con su doctrina evangelizadora encomendada por su orden, se dio cuenta que el primer día bautizo a cinco niños y al siguiente enterró a veintitrés. Ahí dio por terminada su faceta de salvador del alma para intentarse convertir en “arreglador” de cuerpos maltrechos. Y lo consiguió el muy cabrón. Ahora tiene un hospital de referencia en la región, una mortalidad muy inferior en el área, muchos problemas políticos con los caciques de la zona que creen que les roba protagonismo y una excomunión de su orden querida. ¡Ya ven cómo está el patio!
En fin. Tendría para escribir toda la semana sobre los unos y los otros. Por suerte o por desgracia he convivido demasiado tiempo con ellos. Pero esa no es la misión de estas líneas. Aunque se hubieran divertido de lo lindo. Hay historias para aburrir fruto de muchos años de recorrido por aldeas olvidadas y personajes de lo más variopintos. Buenos, malos, viciosos, mujeriegos, abusadores, solidarios, comprometidos… Toda una compilación de personalidades, de virtudes y porque no decirlo, de defectos.
Como decía -8. 7. ahí va el capítulo y el versículo para quienes gustan de datos precisos- San Juan: quién esté libre de culpa que arroje la primera piedra.
Ave María Purísima…sin pecado concebida.