Álbum Familiar
Larry Towell
Managua 5´30 de la mañana.
Riiiiiiiiingggggg!
Hotel. Ducha fría. Taxi. Clinex en un semáforo. Atasco. Prisas. Aeropuerto. Cola. Control policial. Más colas. Sin visado. Problemas. ¡Joder! Tarde. Más y más colas. Niños. Madres. Gente. Muy pero que muy tarde. ¡Uf!
Ding – dong, ding – dong. Ultimo aviso para los señores pasajeros del vuelo de Air América con destino a Jerusalén Este, embarquen por la puerta número dos.
Estas bien podrían ser las palabras con las que encabezar las páginas, de un día cualquiera, de no importa qué año, del diario personal de un fotoperiodísta llamado Larry Towell.
Después de haber recorrido con su cámara todos los rincones del ancho mundo, de haber paseado por las calles de cientos de ciudades, de haber dormido en miles de sábanas distintas, y de haber retratado fielmente las historias de millones y millones de rostros anónimos, Larry Towell levantó por un instante su ojo acechante de la realidad más cruda y descarnada que deambulaba ante su visor y volvió la mirada hacia sí mismo y ante las únicas situaciones que realmente quería relatar, como si de un cuento de hadas se tratase, su realidad más próxima, querida y tantas veces añorada. Su mundo más cercano y demasiadas veces obviado por los fotoreporteros. Su familia.
En “Álbum Familiar” nos encontramos con imágenes muy bellas, cándidas, que nos indican la relación casi poética que existe entre la cámara y su familia en la granja de Lambton County. Nos relata todos los no acontecimientos de su quehacer cotidiano, los instantes de mayor introspección y romanticismo, el estar en casa, los pequeños detalles de su vida diaria, las radiografías del único lugar en donde puede encontrar el sentido a respirar. Los ratos de esparcimiento, los destinados a las caricias y al amor, los de descubrimiento de la naturaleza, los de descanso y meditación, los del nacimiento a la vida. A su vida.
A esa que tanto anhela cuando está lejos de los suyos, plasmando el sufrimiento que producen las guerras de los ricos, las conquistas del pueblo en las revoluciones de los pobres (o eso es lo que se les dice), las sangrientas noticias de primera página en los periódicos de la mañana durante los cereales del desayuno, las improductivas tierras de exiliados, las devastadas mesetas del hambre. Bien sea fotografiando a unos niños descalzos en un transitada plaza de Hanoi o a un anciano con su famélico perro pidiendo limosna a la puerta de una destartalada iglesia de San Salvador.
“En fotografía no hay palabras, no hay movimiento. Sólo simetría y emoción. Se puede meditar sobre la imagen fija si nos paramos a mirar las relaciones espaciales, la arquitectura del mundo y el realismo, el naturalismo y en última instancia, la muerte”.