Once Locos en África
Expedición Médica Togo 2004
Los “locos” heredarán el reino de los cielos.
Yo conozco a unos cuantos de esos benditos. Sirva como ejemplo y por ser un poco más concretos estos once amigos a los que acompañé –a alguno de ellos ya por tercera vez- en su nueva aventura africana.
El doctor Vélez. Pepe para los amigos. Oftalmólogo. Nos “lió” para su perfectamente meditada “excursión” al otro lado de los confines conocidos y seguros. Había conseguido enamorar –sin su aliento y ayuda hubiera sido imposible- con su proyecto a diferentes organismos (Rotary Club Elda-Vinalopó, Ayuntamiento de Elda, Fundación Rotary Internacional y Diputación de Alicante) y particulares.
El reto: una expedición a Togo, al corazón del África negra, para tratar las más diversas patologías de tres especialidades de la medicina: Oftalmología, traumatología y pediatría. Lo dicho, una preciosa locura.
Y para allá partieron el pasado 13 de marzo, en un inmenso pájaro blanco, sin importarles los riesgos y la lejanía de la familia, este grupo de grandes profesionales (oftalmólogos, traumatólogos –uno de los nuestros, de Onteniente: el doctor Javier Sanz-, anestesista, óptico, pediatra…) con la intención de aliviar en su sufrimiento a los moradores más necesitados de este olvidado rincón de la sabana.
Hay ocasiones en que meras palabras no pueden describir lo que un sueño significa. Es difícil poder delimitar la frontera de una demasiadas veces imaginada utopía. No sé por qué inexplicable razón –o si- las letras no siempre se ordenan de la forma adecuada para explicar aquel sentimiento arraigado en lo más profundo del alma de aquellos que todavía creen que hay esperanza. Es demasiado complicado intentar explicar y resumir las sensaciones y las experiencias vividas por nuestros once protagonistas en medio de la nada.
Hoy, con la tranquilidad que otorga el paso del tiempo y la seguridad de la vuelta al hogar, solo nos queda compartir con aquellos que nos quieran escuchar los recuerdos imborrables de la aventura y el brillo de la felicidad en el rostro por el trabajo bien hecho. Recordar los ojos aliviados de los más de trescientos pacientes oftalmológicos diarios vistos bajo un mango que servía de improvisada consulta, la sonrisa de los niños operados de diversas deformidades en manos y pies por la temible polio, la mirada perdida de aquellos dos hermanos ciegos de nacimiento que arrastraban su sufrimiento descalzos por el erosionado suelo, las terribles úlceras del pequeño de catorce años y escasos veinte kilos. Los kilómetros y más kilómetros en todo-terreno por pistas repletas de baches en busca de “clientes”, los cuarenta y muchos grados a la sombra, las interminables colas de pacientes con dolencias de película de ciencia-ficción, las picaduras de peligrosos mosquitos, el olor a enfermedad y más enfermedad, el recuerdo del sufrimiento ajeno, la omnipresente sombra de la muerte…
No siempre en la vida uno puede estar en donde quiere estar. Pero gracias a Dios –allá en dónde quiera que esté- el destino a veces conspira a nuestro favor. Por esta vez, por lo menos por esta vez, estos con los que compartí y disfruté el embrujo de la noche sub sahariana, estuvieron en donde decidieron estar. Y eso mis queridos amigos, es un lujo que no todo el mundo se puede permitir.
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