Un Solo Disparo
Aunque sea el mismo Disparo
Expedición Médica Togo-Benin 2007
Si tuvieras un solo disparo, una sola oportunidad para ver todo aquello que siempre quisiste, en un momento, lo aprovecharías o lo dejarías escapar?
Siempre se ha dicho que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Umm, puede ser. Sobretodo si tenemos en cuenta la cantidad de ciegos por centímetro cuadrado que he conocido en estos últimos años de viajes y aventuras. Ciegos algunos de cuerpo, otros muchos, la mayoría, de alma e imaginación.
La verdad no se que me pasa -o sí, pero ese es otro tema- en estos días que parece como si volviera a mis años de universidad y rebeldía contra los pilares del mundo establecido. Cada día que pasa, cada año que regreso a África con este puñado de jodidos “locos” vestidos de doctor, me río más y más de los anuncios de la tele, y eso que no tengo tele.
Y de nuevo África, en su más extensa y cruda realidad. Y de nuevo miles de rostros anónimos radiantes de dolor, enfermedad, necesidad y sufrimiento. Y de nuevo allá, en la frontera que delimita el comienzo de ninguna parte, el país de nunca jamás. Y esta vez con treinta “campanillas” de la oftalmología y la traumatología llegados con su arsenal de antibióticos, conocimiento y ganas de trabajar para el prójimo. Allá en medio -todavía recuerdo cada noche al acostarme el abrazo de aquellas largas piernas de oriente bajo suaves sábanas de seda- de esa nada llamada sabana.
Esta vez voy a intentar aportar algo nuevo, relatar algo diferente de nuestra correría africana anual. Y esto, fundamentalmente, para que algunos no me tilden de aburrido y reiterativo. Aunque me importe tres pimientones. No hiere e incomoda quien quiere, para eso hay que poder. Y saber. Ya les dije, he vuelto a mis inicios revolucionarios, lo siento mucho. Eso es lo que te otorga el haber departido y convivido con ciertos “sabios” africanos.
Ñudam.
Fotografía del horror
La fotografía del horror es siempre la misma foto aunque haya muchas formas de mostrarla. Por eso no debo dejar pasar la oportunidad que brinda este apacible domingo para mostrar algunas de las instantáneas de estos doctores en la tierra anónima del sufrimiento y de las visiones cotidianas a las que tenían que enfrentarse: ojos maltrechos, ciegos multiterminales, cataratas africanas, parálisis, malformaciones congénitas y hambre. Linfomas, mutilaciones, quemaduras, polio, glaucoma, lepra y muerte. El cóctel es de lo mas variado y suculento. Un self-service en toda regla. Lo bueno de esta tierra es que abunda el dónde elegir. Bueno, eso aunque la mayoría se muera por una suma aritmética, o geométrica, de varias de ellas.
Hoy no les aburriré con historias de navidad, ni con relatos sobre el amor y la amistad. Tampoco lo haré de los muchos momentos inolvidables vividos en tierras africanas con esta tropa. Esta vez me toca y apetece, rescatar de la memoria maltrecha por los años y los excesos, el recuerdo de algunas de esas estampas que conforman el crudo álbum personal. Fotografías de la demencia y lo absurdo, a veces, de la condición humana. Imágenes que constatan la inexistencia de dios o la evidencia de que simplemente es un canalla atrincherado. Estampas anodinas de la peregrinación por este valle de lágrimas. Retratos de la ausencia. Anne Marie y Moigbalin. Sólo un ejemplo -insignificante para algunos, imagino- de unos grandes y preciosos ojos que demuestran la inmensa profundidad que se puede trasmitir en apenas dos dimensiones. Aunque la verdad, no se por dónde empezar.
Anne Marie. Siete años arrastrando su sufrimiento por la estepa solitaria de enfermedad, necesidad, olvido y desconsuelo. Nació -imagino que por incomparecencia o desdén de alguna deidad- privada de ciertas formas que consideramos obligadas, además de necesarias. Inconclusa, cual experimento. Sin manos ni pies bien definidos por lo que se aventura consecuencia de una lepra peri natal. Exoftalmos (protrusión anormal de los ojos) que pareciera como si fuera a estallar y desparramar por el polvoriento suelo toda su iconografía y pensamientos. Glaucoma -sabiamente determinado en ciertas latitudes como “el ladrón de la vista”- probablemente congénito y brutal. Escasa e incómoda visión tubular en el ojo derecho. En el izquierdo, ceguera total. Secuelas de sífilis paterna, además de un sinfín de mierdas más de las que no me quiero acordar. Aún así, sólo pensaba en acudir a la escuela como el resto de pequeños de su edad. Yo cuando niño, sólo buscaba cómo saltarme las clases y estar todo el día de bacanal. Pero ahora no, ya no.
Todo, absolutamente todo, le daba miedo. Mucho más aquellos blancos todo raros que la examinaban incrédulos, con los ojos a punto de llover (como escribía Pessoa, pensar es una enfermedad de los ojos) y el corazón atragantado en medio de la tráquea. Era comprensible. Imagínense ustedes intentando sobrevivir con un reparto como ese. Con unas limitaciones tan sobrecogedoras y cabronas. Lloraba desconsolada cobijada bajo los brazos de su madre buscando esa protección que sólo ella sabía y podía darle…
Mi mama está muy lejos. Extraño sus besos. Se de lo que hablo. Se lo que es añorar, digan lo que digan.
Hablando de ese regalo, expresión máxima de cariño, en forma de caricia labial. Mi otra pequeña instantánea: Moigbalin. Mil cuatrocientas sesenta y pico de noches de labio partido y paladar hendido. Otras tantas de sollozos de la madre, viendo a su criatura aferrada al maltratado pecho intentando extraer el maná de la vida. Comer es una tarea ardua y complicada en latitudes tan meridionales. Hacerlo -o intentarlo mejor dicho – con el estigma que supone un labio leporino, la enfermedad que impide dar besos, es otra cosa. La leche corría por descarriladas comisuras, sin control. Buena foto, mejor recuerdo, demasiadas lágrimas cautivas en el lente…
Y por eso se vuelve. Sólo por eso merece la pena regresar y partirse la espalda de sol a sol. Bueno por eso y por la nueva sonrisa perfecta prendida de la teta feliz.
Otro disparo certero
Es una dicha poder seguir viendo cada año por estas fechas, cómo algunos le pegan de lleno a la diana del olvido y la fraternidad con un único y certero disparo. Todavía encontramos personas –tanto individuales, a veces anónimas, como instituciones- que nos echan una mano para montar este tinglado de colosales dimensiones llamado “expedición africana”. Gente que nos regala balas, en forma de ayuda económica, con las que poder cargar los fusiles de la solidaridad. Este año, nuevamente gracias a esa inestimable contribución, dio para armar a estos treinta francotiradores a los que acompañé en su peregrinar por la sabana. Seguro que muchos no apostaban ni un solo duro al inicio de esta aventura médica. Pero ya van siete años. Siete largos, productivos e irrepetibles años llenos de episodios -unos buenos otros no tanto-, correrías, andanzas y por qué no decirlo, peligro. Más de un quinquenio plagado de kilómetros, pacientes, cirugías y amor. Casi una década de alegrías y tristezas, de sonrisas y lagrimas, de vida bien vivida y de recuerdos.
Estamos seguros de poder encontrar nuevos amigos que crean en esta maravillosa loca utopía. Incluso algunos de ellos, nos acompañarán en el viaje –de una u otra forma- para descubrir y sentir en primera persona todo esto de lo que les hablo. También estamos claros -unos mas que otros…jajaja, verdad chicos?- que volveremos por estos lados para seguir con el trabajo iniciado.
Una vez alguien me dijo, en una apacible y estrellada noche africana (él ya sabe de quién hablo) que en sus sueños imaginaba, veía, una árida tierra poblada por una tribu llena de alegría y libre de ciertas patologías. Eso es mucha imaginación y mucho curro. El fotógrafo protagonista de una de mis pelis favoritas decía, que “los viejos sueños eran buenos sueños, nunca se realizan pero los hemos tenido”. Veremos si nos dan la oportunidad de continuar en la carretera para seguir soñando. Y quién sabe, igual nos sorprendemos.
Allí, en África, o en cualquier otra parte si uno se sabe dar cuenta y hace las preguntas correctas, de repente, descubre -rodeado de gente como estos treinta- que todas las nubes son diferentes pero se encuentran en un mismo cielo, que todos los lagos reflejan el rostro a condición de que el agua esté quieta y que todas las huellas sobre la arena son diferentes, aunque todas, conducen hacia un mismo lugar. Hacia ese precioso punto perdido en esta minúscula inmensidad.
Lo dicho. ¿Si tuvieras un solo disparo, una sola oportunidad para ver todo aquello que siempre quisiste, en un momento, lo aprovecharías o lo dejarías escapar?